lunes, febrero 11, 2008

opinión

Cosecharás tu siembra

Los años pasan, las instituciones quedan, ¡y los hombres también quedan! (cualquier semejanza con la política es pura coincidencia).
Estudiantes tuvo, en todos los años de básquetbol profesional (desde su participación en el TNA, donde llegó tras adquirir una plaza, hasta este presente en la tercera categoría del país), al mismo cuerpo dirigencial mutador de cargos detrás de un grupo de hombres que supieron ponerse la camiseta Celeste. No hubo, desde luego, lugar a nuevos conductores y sí muchas migas y reuniones vanidosas, como si ser parte de la cúpula de un club respondiese a un contrato de prestación permanente de servicios con el Estado provincial.
Este tipo de dirigencia, funcional al gobierno de turno, es la que trató -con muy poca fortuna- de sostener un equipo en el plano nacional. Es altamente probable que, en una encuesta de aficionados al deporte en Santa Rosa, el básquetbol ocupe un lugar secundario, y también es probable que jamás se hayan utilizado estrategias con el propósito de captar al público (no es necesario tener en la pared de una oficina un diploma de licenciatura en marketing para lograrlo, solamente organizar un proyecto serio y llevarlo a cabo).
El club atraviesa hoy por un momento crítico. Las categorías inferiores, imbatibles durante años en los torneos provinciales de la Federación Pampeana de Básquetbol, perdieron peso, juego y, sobre todo, diversión. Y eso obedece, pura y exclusivamente, a un espejo que muestra figuras difusas.
Se dice siempre que en la vida lo más difícil es ser coherente. Lo prueba la cúpula del club, a quien poco parece importarle si un chico come una manzana al mediodía, o si tiene gas en su casa para calentar agua para hervir fideos.
Guillermo Vilas cuenta siempre que consiguió ser uno de los mejores tenistas de la historia -además de gracias a su inconmensurable talento- porque su vida estaba planeada, dentro de una cancha o fuera de ella. No le fue mal. Pero ejemplos como el de Vilas no abundan.
En esta temporada, después de un frustrado intento por jugar el TNA (tal vez fue la única decisión acertada), un par de nombres jóvenes quedaron a cargo del equipo, los que con mucha voluntad triplican esfuerzos en medio de un desierto plagado de necesidades. Todo frente a la mirada de aquellos dirigentes de las buenas migas con el gobierno provincial que, durante los juegos de local, pasan sin pagar peaje e insultan hasta la afonía como si eso los hiciera más hinchas.
Con el propósito de “evitar” gastos “desmesurados”, envían una combi y al grupo de jugadores el mismo día del juego, con tique de regreso inmediatamente después del partido. No sea cosa que el jugador descanse una noche en un hotel, almuerce o cene.
Los protagonistas -jugadores y cuerpo técnico-, que no necesitan de yelmos para salir a la cancha, son los que sueñan con sacar la cara por el club. Con todo el peso psicológico de la situación que ello implica en cerebros juveniles y en caras donde el acné se instaló transitoriamente.
Queda la sensación en el aire de que las vacas gordas entraron en huelga de hambre hace rato. La gobierno-dependencia parece ser el fin último para hacer básquet y hoy, que el Estado decidió mirar para otro lado (lejos quedaron los tiempos del desembarco a la institución de “celebridades” como el de Patucho Alvarez), la dirigencia hace oídos sordos a la búsqueda de patrocinio privado para sostener un proyecto. Es falaz el concepto remachado hasta el hartazgo de que “nadie quiere poner un peso”. En todo caso habría que remitirse a la causa para entender la consecuencia.
La falta absoluta de respeto hacia las personas que representan a un club es alarmante. Cargar la mala campaña al mero resultadismo sería -sobre todo en esta temporada que transcurre- poco menos que descarado. La realidad, en esta versión de un equipo que se gana todo el respeto por derecho propio y porque el corazón de cada integrante del equipo es tan grande que una derrota siempre tendrá justificativos ajenos al juego mismo, debería analizarse desde otro costado.
Se bajaron del barco -por razones económicas- Mariano Tagliotti, Maxi Maneiro y Ramiro Díaz Cuello. “Si se quieren ir, tienen las puertas abiertas. Nosotros no les podemos pagar”, les dijeron los dirigentes. Una reflexión tan dura que podría emparentarse con la expulsión de los perros callejeros de un vecindario ajeno.
No existió desde la cúpula de la institución un razonamiento puertas adentro de lo que ocurría con el básquetbol en los últimos años. Y eso es lo que duele.
Los jugadores toman agua caliente de la canilla porque no hay dinero para el agua mineral. Los jugadores comen sándwichs, porque no hay dinero para cereales. Los jugadores piden dinero prestado, porque a fin de mes no cobran. Los jugadores salen a la cancha, pierden, pero no importa. Total son jóvenes y las malas experiencias se borran con nuevos desafíos. Pero ¿se borran fácilmente? Es una pregunta que difícilmente se realicen aquellos personajes que navegaron en mares de trueques. Pero hoy, como La Pampa, Estudiantes es un viejo mar donde navega el silencio. Y así raro es que la siembra tenga buenos rindes.

JMS