jueves, octubre 25, 2007

Cuento


Mensajes en un nido

Manny era una hermosa golondrina. Resplandeciente. Llena de vida, de música. Sus gritos eran una invitación al paraíso. Estaba llena de paz. Volaba como en los documentales de National Geographic y su rostro se iluminaba cuando se posaba sobre los arbustos. La recuperación de energías apenas le demandaba minutos porque quería, otra vez, zigzaguear entre las nubes y encontrar al sol, alimentarse al vuelo y planear, una y otra vez.
Jaime era un rústico hornero. Daba la imagen de parco, solitario. Pero tenía sus tiempos y era capaz de ganarse el respeto de todos cuando armaba su nido. Lo hacía con tal delicadeza como el mejor arquitecto.
Así trataba de fortalecer su unión, de terminar de realizar sus sueños y encontrar la felicidad.
Manny decidió volar e imaginarse debajo del cielo más grande, lejos del bosque que frecuentaba en los últimos meses.
Era feliz de a ratos, quería serlo plenamente. Nadie la veneraba, no sentía que fuera digna de un amor profundo, aunque se esmeraba con cuestiones de coquetería, siempre sentía que la soledad la atraparía al final de su camino.
Se había apartado del resto, Otto, Brian y JP, eran apenas imágenes de una foto que comenzaba a ponerse amarilla. No cuadraban con sus intenciones, pues Manny pretendía amor en flores, en versos, en caricias y de una manera pomposa, pero a la vez simple.

Mientras los pimpollos asomaban su cabeza y las hojas vestían a los árboles en medio de la llanura, decidió elogiar la construcción del nido de Jaime. Y dejó un recado:

"Eres muy bueno en lo que haces. Me encanta el trabajo final que has hecho con el nido", escribió Manny.
Con el mismo pico que atrapaba a sus insectos en pleno vuelo, había tallado en el nido de Jaime. Sorprendido, el hornero no pudo salir de su asombro.
"Gracias. ¿Quién eres que te has atrevido a dejar un recado con tamaño halago?", se preguntó.
Desde ese momento todo empezó a cambiar para Jaime. Pasaban los días y la lluvia misteriosamente dañaba la construcción posada en un esquinero de un bello caldén, pero no el mensaje. Era un perfecto trabajo manuscrito, como un papiro, con intrigas y misterios en apenas pocas líneas.
Manny supuso que Jaime no respondería. Pero, a media mañana, decidió regresar al nido.

"Ahora que veo que has respondido, me gustaría saber quién eres realmente. Soy Manny", escribió, con interés que ascendía como el calor de los días, como la prolongación de las tardes.
Quería respuestas a su curiosidad. Era como una necesidad imperiosa, como una urgencia antibiótica capaz de calmar su ansiedad. Esperó en un hermoso árbol, a unos veinticinco metros del nido. Buscaba, en silencio y oculta, develar la imagen de Jaime.
Pretendía saber si todas esas suposiciones, las imágenes que armaba en su mente como un rompecabezas, eran acertadas.

Lo había pensado morrudo, con ojos redondos, alas simétricas, unas patas hermosas y un pecho varonil que se contrapusiera con la imagen interior. Porque -creía Manny- Jaime parecía ser un ave inteligente y ese equilibrio de rusticidad intuitiva era la perfecta combinación para calmar su angustia.
El sol empezaba a irse. Pero en este escenario tan plano en altura parece despedirse casi de manera holgazana. Contemplar cada una de sus despedidas, en el silencio del ocaso y con los silbidos minúsculos de la brisa, en ese firmamento rojizo, es un bálsamo propiedad exclusiva de este suelo.

Jaime llegó, finalmente, a su nido. Exhausto, sediento, hambriento y con ganas de nada. Sin embargo rompió su rutina, se posó en la fachada de esa bella estructura y alcanzó a leer las palabras de Manny.
No las contestó y a cambio eligió esperar. La primavera había llegado. Al fin las rosas rojas perfumaban el aire, renovando aquel sabor del otoño ventoso. Pero la inquietud también persistía en Jaime, en ese amanecer junto al rocío de la grama silvestre.
"¿Quién será Manny? -se preguntó. ¿De dónde vendrá?, ¿Qué aspecto tendrá?, ¿Será tan perfecta como lo imagino?".
Mientras bajaba a la fuente para refrescarse y emprender una nueva jornada, Jaime se sorprendió:

"Hola, soy Manny", dijo la golondrina, con voz suave, dulce y tierna.

"¡Hola! Soy Jaime", respondió el hornero, después de un silencio de cinco segundos, ese espacio que sólo parecen llenar los ángeles.

Se miraron. Una y otra vez. Y en esas miradas la afinidad se potenció. Jaime era lo que Manny había esperado por años, tal vez en su vida entera; Manny era lo que Jaime imaginó, como si el tiempo se hubiese detenido en el momento inexacto. Pero el tiempo los había unido, tarde o justo, sólo ellos sabían.

"¿Vamos a volar?", propuso Jaime.
"Vamos", aceptó Manny.


Juntos conjeturaron, desde lo alto, que éste era su momento. Jaime abrió sus alas, casi con temor, un poco con vergüenza, y señaló el camino. Era una perfecta jornada primaveral y al unísono entonaban las más bellas canciones y escuchaban el sonido del llano, cuando el viento les acariciaba la cara y sentían a la felicidad circunstancial como parte de un mundo surrealista y fantástico.

- Eres más de lo imaginado -dijo Manny.
- Y tu también -contestó Jaime.
- Siento que te quiero.
- Y yo siento que te quiero a cada instante. Pero tengo miedo.
- ¿Miedo?

- Sí, tengo miedo a... enamorarme. Pero es un miedo que quiero seguir sintiendo.
- Yo nunca debí haber escrito en aquel nido.
- Yo nunca debí haber respondido. Pero nadie podrá impedir que este sea nuestro secreto.
- No, nadie. Tampoco quiero que nadie lo impida.

Viajaron nuevamente, durante horas. Cuando llegó la noche, contemplaron las estrellas (como lo había imaginado Jaime), se abrazaron, se besaron y se amaron como nunca nadie.
Al día siguiente Manny voló. Lejos. Como un ave migratoria que siempre encuentra el camino de regreso. Pero escribió un mensaje cargado de dolor:

"No puedo soportarlo. Siempre estarás en mi corazón. Ha sido fantástico encontrarte. Aunque no creo poder soportar tu ausencia, tu lejanía, debo marcharme. Soy ave de otro mundo, un mundo diferente del tuyo. Tal vez encuentre mi camino lejos de aquí".

Jaime se despertó. La buscó, aún sentía su perfume, sus caricias, sus abrazos. Pero Manny ya no estaba. Miró ese mensaje de despedida y escribió esperando una respuesta.

"No creo poder soportarlo tampoco. Es tan fuerte que siento que mi corazón estallará en millones de partes. Tendré muchos años y si aún tengo el valor de soportar el dolor, me aferraré al consuelo de haberte encontrado en una primavera".

Nadie supo si Manny volvió a leer. Quizá voló lejos y encontró otro nido que admirar. Tal vez la música de las montañas, o el ruido de las grandes ciudades, terminaron por atraparla.
Jaime esperó. Una y otra noche, inundado en un mar de lágrimas, por un nuevo abrazo que nunca llegó. Sentía que el miedo de lo demasiado tarde había llegado cuando la angustia terminó por darle el golpe de gracia.


JMS

miércoles, octubre 17, 2007

DIARIO DE VIAJE

Vivir y morir en Buenos Aires

Me duermo escuchando a Charles Mingus. Está bueno viajar porque hacía mucho que no me recostaba sobre una butaca de un gigante de la tierra. Pero me asusto, no sé si por lo accidentes recientes o qué, cuando el micro queda cruzado en la ruta. En realidad, el chofer olvidó el camino y tuvo que retroceder, con todo lo que implica dar la vuelta en medio de la ruta.
Después, más tranquilo, trato de cerrar los ojos y me entrego al destino. Ese destino es Retiro, a las 8:30 de la mañana. Está igual que siempre.
Lleno de gente. De olores. De peruanos, chilenos, paraguayos y bolivianos que parecen ser más que los nuestros. Vamos en plan periodístico a cubrir un par de peleas interesantes al Luna Park.
Es sábado. Un sábado más. Desayunamos con un amigo en la calle Córdoba por 8 pesos. Y telefoneamos al padre del boxeador al que vamos a ver. “Está bien, con ganas. Ahora vamos a ir a caminar”, me dice JC. Su hijo, un grandote bonachón pero boxeador de medio pelo, buscaría luego (fallidamente) la conquista del título argentino pesado contra El Carnicero. En el mismísimo Templo Sudamericano del boxeo. Lo bueno de Buenos Aires es que si programás algo y tenés que esperar, podés llenar los espacios. ¿Cómo? De cualquier manera. Caminar es una buena alternativa, porque no te das cuenta del tiempo. No tomás noción de que, en un par de horas, tus pies comenzarán a ampollarse. Pero vale la pena meterse en ese mundo y ver. ¡Cuántas cosas, por favor! En el Hostel hay brasileros. Está plagado de ellos. “Nos favorece el cambio, venimos siempre”, dicen en un portuñol entendible. Ellos son docentes y vienen a gastar lo que nosotros hoy no tenemos: dólares. Primera diferencia de la vida y la muerte en Brasil y Argentina. ¿Podrá un docente rural argentino gozar de esos placenteros viajes por las playas de Copacabana? Lo dudo.
Ahora voy por Florida. Hay tranquilidad. Obreros, muchos obreros, y pocos mendigos. Pero sé que la muerte está respirando en la nuca de los individuos desconocidos. Es eso lo que quería encont
rar (no la muerte, claro, sino los protagonistas que viven con esa sombra de manera constante).
En avenida Santa Fe un supuesto ex combatiente de Malvinas muestra su pierna izquierda sostenido por dos muletas. Está entumecida, hinchada, a punto de reventar. “Tendrías una moneda”, dice a modo de ruego. “Che, ¿tendrá la pata así?”- me pregunta mi amigo. “Creo que sí”- le respondo.
Dos cuadras más, un nene de cinco años con un cartel en sus manos, se cruza en el camino. Adiestrado, el pequeño con mocos en la nariz, el pelo duro y la mugre como compañera inseparable, también pide monedas. Los chicos son los enviados del diablo, mientras el hombre de rojo se multiplica en las villas mirando la tele y escuchando cumbia. ¿Por qué no está estudiando el niño? Esa maldita costumbre fomentada por los políticos demagógicos. “Vamos a crear escuelas, vamos a vencer el analfabetismo...” ¿Dónde carajos están Cristina, la Gorda Carrió,
Rodríguez Saa? En la calle, caminando, seguro que no. No vaya a ser que el supuesto ex combatiente le contagie la pobreza. O que un moco del chico le caiga en el Ricky Sarkany a la mujer del Pingüino.
Tomamos un taxi para ir a comer al Abasto y veo una imagen que, increíblemente, se esmera en recordarme que definitivamente estamos en Buenos Aires. Unos diez viejos en la puerta del hipódromo, esperando que la agencia de Palermo abra sus puertas porque se corre el Gran Premio en San Isidro por la tarde. Sí, esto es Buenos Aires. Esa es la muerte con la que convivieron y convivirán los burreros. Viven para morir por una cabeza. Sólo por eso.
En el Abasto, a metros de ese gran mercado propiedad de George Soros transformado en el shopping más grande de Buenos Aires, se come bien. Que lo diga un ruso con su señora y su pequeña hija, en un tenedor libre. El soviético abusa y abusa. Se sirve media tortilla en el plato, jamón con melón, salsa guacamole, papas fritas cortadas en julianas, ensalada de repollo y lechuga (no había tomates, por el sobreprecio) y lengua a la vinagreta. Todo para él solo, como si se tratara del último almuerzo. El mozo, uno de los tantos peruanos que caminan por Abasto, se ríe. Nosotros también. No podemos creer que, además de eso, el bueno del visitante caiga con dos nuevos platos llenos: uno de frutas (frutillas, kiwis y bananas en rodajas) y el otro con ¡cinco porciones de tiramisú! Increíble, pero cierto.
Se hizo la hora de marchar y el soviético no estaba. Yo pensé: “El tipo revienta y se muere”. Pero vive. Porque está en la puerta preparando una nueva embestida, con un digestivo cigarrillo rubio. En el paseo Gardel está la estatua del Zorzal. Y los perucas salen a borbotones. Son ocupas y otra vez la muerte sale a mi lado. Pide fuego un Don Nadie para quemar su porro. Vive para morir ahumado.
En un toque empieza Argentina. Del fútbol hablo. Y ya las baterías no responden como por la mañana. De nuevo al taxi y después de pasar por Santa Fe, de regreso al hotel. Y otra vez taxi, en este frenesí de ida y vuelta que genera Buenos Aires y que contagia.
El Gordo, un ex chofer de micros, dice que arriba de su auto está feliz. “Gano bien. Estuve 20 años en la ruta y me fui porque me había podrido”, cuenta. Le pregunto si sabe cómo va Argentina y responde: “Riquelme es un ‘mostro’, ‘esh un cra’. Hizo dos golazos, el segundo mejor que el primero. Es de otro planeta”.
No es difícil deducir que se trata de un adorador de Juan Román. Y, por lógica, fanático de Boca. “¿Vas a la cancha?”-le pregunto. “Ahora no voy más. ¿Sabés qué pasa?, tengo miedo de que me maten. Y yo al fulbo lo quiero disfrutar, antes se podía, cuando estaba José Barrita”, me dice. Vivir, una vez más, con la muerte es el tema. “Mirá, ahora pasamos por Cocodrilo. Acá Maradona sabe salir con unos pedos terribles. Lo han sacado casi muerto”, cuenta. ¿Muerto? ¿Casi muerto? El Diego no va a morir nunca, creo pensar como todo argentino medio.
Nos bañamos y vamos al Luna. El tachero (otro) está feliz porque Riquelme demostró que se equivocan con el en España. “Es un grande, ese chileno que no lo tiene en cuenta... (por Pellegrini). El que no me gusta es Heineken”, nos cuenta. En realidad se quiso referir a Heinze. Este tipo no encaja en el estándar porteño. O sí. Por ahí era un chanta que quería quedar bien con sus pasajeros. Quién sabe. En el Luna Park hay polis que fuman y charlan como si estuviesen en un café. Tal vez a cinco cuadras se estén matando por una gallina, pero esta yunta de federicos parece abstraerse de esa realidad. Entramos a ese gigante, ahora capitaneado por Esteban Rivera, el sobrino de Tito Lectoure, y sabemos que lo único que puede salvarnos es que al menos los tipos que practican el Noble Arte nos llenen los ojos. Porque es un embole. No hay gente. Hay un título del mundo en juego y un campeonato argentino (el propósito de nuestro viaje), pero a los porteños no les seduce. “Será una noche histórica para el Luna”, dicen los árbitros, una especie de cofradía reunida a metros del cuadrilátero. “Pero porque desde la reapertura, será la noche con menor cantidad de gente”. Y tienen razón. El Luna lució en un 30 por ciento de su capacidad. Lo veo al viejo Horacio Pagani (maestro de los maestros), abrazado –casi como idolatrado- por la nueva generación de periodistas de los diarios porteños. Está sentado en un lugar de privilegio al que nos hubiese gustado ir, pero bueh... “Tengo un día larguísimo. Después de la selección, me voy a cubrir el título del mundo”, dijo en la tele. Porque además de escribir, opina bien en la pantalla y habla bien en la radio. Lo bueno que tiene Pagani, un tipo que jamás pasaría un casting para ser modelo de Dior, es una hembra infartante. ¡Aguante Horacio!
Para nuestra desazón, se muere la ilusión del crédito cordobés al que fuimos a ver, justo en los 10 segundos finales. Bajó del cielo al infierno en un acto supersónico. Tuvo la gloria en sus manos, pero se quedó sin nada. Suerte que el mendocino Reveco nos regaló después un KO antológico al hígado del mexicanote Pool, de esos que vienen con efecto retardado. El cuate murió en su ley. Y Reveco vivió en su ley.
La noche termina. O empieza en San Telmo. Ahí hay vida. Ahí hay barro en serio. En un bar de mala muerte de tres por tres canta tangos como pocos Jorge Guillermo. Y estamos plenos, al menos por un rato. Caminamos con la muerte a las espaldas y la imagen persistente de que un punga armado termine con todo. Pero es sólo una aureola que hay que espantar para tratar de estar mejor. Aunque la muerte nos persiga, parece que no es nuestra hora. Si miro en retrospectiva, por unas horas, me angustio. Porque recuerdo a la Dama de Negro que vuela y vuela, como en cualquier lado. Aunque parece que su domicilio está pegado al obelisco.
Yo, gracias a Dios, puedo darme el lujo de evitarla y seguir con vida a 600 kilómetros.

JMS

viernes, octubre 12, 2007

DEPORTES

RUGBY

¿Quién es Agustín Pichot?

Leí una nota en el diario AS de España y decidí colgarla. El costado que pocos conocen de Agustín Pichot, el capitán del seleccionado argentino, que además de todo lo que se dice en esta rápida biografía, tiene a su cargo una Fundación que facilita las condiciones de estudio de chicos de la comunidad Toba en Argentina.

El socialista del rugby gobierna Argentina

Perdió dinero en El Corralito, lee a los griegos, juega al ajedrez, ama a París y dice que al jugar tiene "miedo" porque no le gusta que le peguen.
"Pichot es genuino. Al morir su padre, en 1999, en pleno Mundial de Gales, con Argentina en cuartos de final, Agustín sintió un vacío. Como terapia escribió un ensayo de 150 páginas sobre la muerte y la vanidad de la existencia, cuajado de referencias a Freud y Sartre. Lo tituló La mediocridad del éxito. De familia burguesa, le dijo a su padre que quería jugar al rugby y éste le respondió: 'Estudia, del resto me encargó yo'.
Fue repudiado por su federación por irse al rugby profesional inglés, pero no dudó en cruzar el Atlántico para jugar con los Pumas por 20 libras al día. De Richmond pasó a Bristol, donde fue el primer argentino en capitanear a un equipo inglés. El día antes de jugar ante los All Blacks, en 2001, su familia recibió una llamada: "Saquen el dinero del banco". Pichot se centró en el partido y perdió todo en El Corralito, pero "jugué uno de los mejores partidos de mi carrera".


Amante fiel


En 2003 emigra a París, "mi amante fiel", a enrolarse en el Stade Français de Max Guazzini, donde sale campeón de Francia y de Europa en 2004. Ascendió al status de estrella y sex symbol y lanzó su propia línea de moda: AG9 de Nike. Pero Pichot es camarada antes que estrella. Durante una negociación, una marca de automóviles le ofreció un coche bajo mesa para cerrar el acuerdo de esponsorización. Pichot les retó: "Si le dan un auto a cada pibe, lo cerramos ya". Hace dos meses Martín Gaitán sufrió un infarto y Agustín pasó tres noches al pie de su cama. Su relación con Guazzini acabó en divorcio por el vedettismo de éste. Para Pichot "el rugby es socialismo. O ayudas al compañero o el equipo jamás gana". Consecuentemente se fue al Racing Metro, eterno rival que malvive en Segunda. "Allá la gente sabe cuánto vale el pan. Y seguiré en el barrio (Quai Louis Bleriot), en mi café, con mi quiosquero". Este fan de Churchill, Napoleón y De Gaulle lee a García Márquez y a los filósofos griegos, juega al ajedrez, toma mate con Maradona y despacha en la Casa Rosada con la Kirchner, que quiere enrolarle en su proyecto político. Es Pichot, un medio melé que no esconde que "al jugar tengo miedo. A nadie le gusta que le peguen". Un tipo genuino.


jueves, octubre 11, 2007

DEPORTES

RUGBY

El rancio sabor del amateurismo

El miércoles por la noche vi Tercer Tiempo, un muy buen programa de ESPN que analiza la actualidad del campeonato mundial de rugby que se juega en Francia y, en particular, el estupendo momento de Los Pumas.
Todo marchaba bien hasta que escuché a Rodolfo Michingo O’Reilly, alguien que merece mi respeto como hombre de rugby y como persona mayor, con una gran historia sobre sus espaldas vinculadas a este deporte.
Sin embargo O’Reilly incurre en demasiados conceptos rancios de este deporte y deja la impresión de qué, en definitiva, no puede ni quiere disfrutar de este presente del seleccionado argentino.
Dijo O’Reilley, firme en su discurso:

“Están haciendo que suceda a la inversa, porque el rugby podían jugarlo todos, y ahora sólo podrán hacerlo unos pocos. Esto es la consecuencia de lo que quieren mostrar los medios, porque el 80 por ciento de la gente del rugby está en contra de la profesionalización. Los medios ahora presionan para hacer de esto algo exclusivo”.

“Cuando aparece la sensación de ganar, termina perjudicando al juego. Entonces, se rompió la historia de derechos y obligaciones, y ahora el verso es ganar. Con todo esto vinieron a robar muchos”.

“Al rugby no le cambia la vida si Argentina le gana a Escocia. El rugby no creció, porque el ídolo no genera crecimiento, es mentira que hay más jugadores que antes. El rugby creció en los ’80 y a mediados de los ’90, después entró en una meseta. No hubo aumento cuantitativo”.


“El dinero, desgraciadamente, implica otros cuidados. Debemos debatir qué rugby queremos. En el rugby nunca fue importante ganar, y si se pierde eso en función del dinero, vamos mal. Antes, los chicos de menores de 16 años querían parecerse a Ernesto Ure o Rafael Madero. Ahora los chicos no sé si quieren ser Pichot o Contepomi por el juego, o porque están todo el día en la televisión. El concepto cambió”.

Para O’Reilley la actualidad de Los Pumas es producto exclusivamente de los medios. Es una figura absatracta. Los medios siempre tienen la culpa y los verdaderos protagonistas no son reconocidos recién hasta que se sientan en el sillón del olimpo.

Estoy harto de escuchar que los “medios tienen la culpa de...”.


La tozudez y porfía de O’Reilly no es un buen síntoma para el deporte argentino, en especial el rugby. ¿Cómo reestructurar el “nuevo rugby argentino” a partir de este Mundial? Sin dudas es algo que los dinosaurios deben aceptar, preocuparse por hacerlo y dejar a un lado el falso discurso del maldito elitismo que ellos encubren cada vez que hablan en cámaras.
Es cierto que el rugby es negocio. No desde ahora. Y yo descreo que no importe demasiado la derrota en un juego. Sí, sospecho, que se desdramatiza la situación por la formación misma del jugador, donde existen los benditos valores y el altruismo fomentado por toda esta gran familia.
También descreo que, como dice O’Reilly, la victoria sea siempre del equipo y que es imposible que un jugador -o mejor dicho el individualismo- pueda ser factor determinante en un match. ¿Qué dirá O’Reilly de aquel 21-21 en Ferro, en 1985, entre Argentina y All Blacks? Hugo Porta, tal vez el último romántico del rugby, anotó la totalidad de los puntos argentinos. Es un caso que bien puede servir de ejemplo pues este deporte también admite jugadores distintos dentro de un grupo.
Valoro -insisto en este concepto-, todo lo que el rugby representa como divertimento, como desarrollo del individuo en la sociedad, como formación integral del niño. Pero disiento con pensamientos vetustos, inadecuados para las realidades actuales de Argentina en el concierto mundial. Y yo soy sólo un opinador mediocre que ve y escucha a lo lejos.
Los Pumas se plantaron ante la Unión Argentina de Rugby. Gritan el himno y lloran cuando salen a la cancha en el Mundial; es un grito de bronca, un mensaje encubierto para todos aquellos que jamás imaginaron en este presente (los mismos que pasean sus millones por el mundo, los cajetillas de los habanos de los que he hablado).
“No aceptar” es cerrar la tapa del inodoro. Es una escuela tan patética como estúpida. La IRB reclama mejor organización, acorde a los tiempos actuales.

Pedimos un lugar en el mundo que no merecemos por los dirigentes de la Unión Argentina; Los Pumas, por sí mismos, piden ese lugar en el mundo y ellos sí, verdaderamente, lo merecen. Por haber roto estructuras, por ser vanguardistas y masoquistas al mismo tiempo, por haber sabido atravesar mil campos minados; por estar entre los mejores cuatro equipos del planeta; por hacer que el mundo hable de ellos, incluso, los que deben hacerlo forzosamente.



JMS

jueves, octubre 04, 2007

DEPORTES

RUGBY

Los Pumas de la patria

Los Pumas están entre los ocho mejores equipos del mundo. No es casualidad. La International Rugby Board, una especie de FIFA del fútbol, dice que Argentina es la cuarta potencia en la actualidad de este deporte pero le niega la participación en los circos anuales más grandes (por ejemplo, los del hemisferio sur). El mundo habla de nuestros jugadores y el par de golpes en Francia, en el debut del torneo ecuménico ante el equipo Galo, y el domingo pasado ante Irlanda para finalizar en lo más alto en el Grupo de la Muerte. El periodismo especializado destaca el trabajo que hicieron, en los últimos cuatro años (aunque es el segundo período), Marcelo Loffreda –el head coach-, su asistente y amigo Daniel Baetti y su grupo de trabajo que incluye médicos, fisios y personal capacitado para estudiar y scautear (este es un término basquetbolero que tiene que ver con analizar el comportamiento y el funcionamiento en el campo de los futuros adversarios).
Ha sido un trabajo integral con una estructura deficitaria, aún hoy manejad
a por personalidades que entienden al rugby argentino en su sentido originario, valorando el amateurismo por encima de las realidades de los tiempos actuales.
Es la dirigencia de la Unión Argentina de Rugby la que no quiere entender que Los Pumas, por derecho propio, se hicieron grandes y trascendieron las fronteras de ese amateurismo que hoy es una página amarilla de un libro vetusto. Los dinosaurios cajetillas de este deporte fuman habanos cubanos, toman whisky escocés, hacen alardes de sus millones y se suben al carro triunfalista como si ellos hubiesen sido parte de esta historia.

Hoy el rugby es el tercer deporte detrás del fútbol y el básquetbol, con mayor cantidad de jugadores federados en sus categorías formativas. Y no hay que temerle al ocaso deportivo con la selección de Agustín Pichot, Gonzalo Longo, Mario Ledesma, Rodrigo Roncero, pues ellos se encargaron de dejar un legado in situ que ya atraparon -y del que ya se adueñaron- Felipe Contepomi, Juan Martín Hernández, Patricio Albacete, Gonzalo Tiesi, Lucas Borges, Ignacio Corleto y Juan Fernández Lobbe por nombrar a un puñado de ellos.
Pero esto es lo bueno que los deportes de conjunto suelen dar cuando las mejores cosechas funcionan como tallos reproductores de una viña que, sin dudas, pronto será aún más rica. Ocurre lo mismo en el básquet, el tenis o el voleibol.
Los Pumas hoy están en la cúspide. En el mejor momento de su historia. Y sí, son los mejores Pumas de la historia aunque de las proezas ante Springboks, All Blacks o Wallabies, sólo haya leído en revistas o internet.
A través del tiempo he podido entender –o al menos trato de esforzarme a diario para seguir comprendiendo- de qué se trata el deporte. Y arribé a varias conclusiones, después de analizar por unos cinco años partidos domésticos en vivo, además de los que se juegan semanalmente en la URBA y los test matches de nivel mundial que llegan por TV por cable. Me di cuenta de que, además de un orden en sus delanteros (los tipos más grandotes que tiene un equipo de rugby, ese fantástico grupo de los ocho que se juntan como amigos para empujar cuando se agrupan en los scrums o en los mauls) y de la capacidad de sus tres cuartos (los que mueven la pelota y en teoría hacen el trabajo más “simple”), Argentina tiene otro condimento que le ha valido el respeto. Este grupo siente que hay una manera de defender a la patria en una batalla y es hipotecando sus piernas y su cabeza a cada momento; es la expresión máxima de patriotismo deportivo a cualquier precio. Y es lo que me ha gustado.
Quizá por eso los tipos han logrado entrar en muchas casas en donde se veía Crónica TV o Discovery Channel, y no ESPN. Hoy todos saben que Los Pumas están haciendo algo fuera de casa y lo están haciendo demasiado bien.
Lo que también me atrapa de esto es que, como decía James Guillenwater (un intelectual que cayó en Santa Rosa para practicar el deporte) "el rugby es como una tragedia griega, pero sin desdichas".
Por eso Los Pumas se fueron aplaudidos por los impúdicos jugadores irlandeses y después tuvieron que soportar, con la mandíbula por los botines, la felicidad argentina como una espina en el zapato.
Al margen de ello, me sorprende la madurez de este grupo. Y rescato las palabras sinceras, medidas y honestas, de Agustín Pichot, tal vez el mejor medio scrum argentino de la historia: “Nosotros no podemos ir al Mundial para ver qué pasa. Tenemos que ir a ganar todos los partidos. ¿Podemos? sí, claro que podemos”.
No fue una expresión demagógica, por el contrario, fue un pensamiento que habla -necesariamente- de cómo debe mentalizarse hoy un jugador en el concierto mundial para conseguir resultados. En el fondo Pichot sabe que hablar desde el engreimiento sería pecar al segundo de haberse confesado.
Son profesionales por derecho propio, es cierto, pero son profesionales distintos del resto. Juegan en las mejores competencias del mundo (Francia, Inglaterra, Irlanda), ganan el dinero que en nuestro país no podrían, pero defienden una bandera como pocas veces he visto. Tal vez el equipo de básquetbol que perdió la final del mundial de Indianápolis con Yugoslavia, en 2002, me haya causado una impresión similar, por encima del que ganó la medalla de oro en Atenas.
Aplaudo muy desde lejos esto. Soy uno más de los cuarenta millones de corazones nacidos en esta tierra tan herida -pero a su vez tan fabulosa- que pretende más de este equipo. Que lo imagina lejos, como debe imaginarlo cada uno de los que sale a la cancha a cumplir con la misión. Pero no puedo ser tonto. Es que si Escocia hace más puntos que Argentina el domingo, no habrá que hacer aserrín con la madera desparramada por el piso porque este grupo no lo merece. Estaríamos leyendo la misma novela fomentando
la mediocridad y el facilismo argentino de la libre opinión gratuita, una maldita costumbre que nos rodea por creernos el ombligo del mundo.

JMS