jueves, octubre 04, 2007

DEPORTES

RUGBY

Los Pumas de la patria

Los Pumas están entre los ocho mejores equipos del mundo. No es casualidad. La International Rugby Board, una especie de FIFA del fútbol, dice que Argentina es la cuarta potencia en la actualidad de este deporte pero le niega la participación en los circos anuales más grandes (por ejemplo, los del hemisferio sur). El mundo habla de nuestros jugadores y el par de golpes en Francia, en el debut del torneo ecuménico ante el equipo Galo, y el domingo pasado ante Irlanda para finalizar en lo más alto en el Grupo de la Muerte. El periodismo especializado destaca el trabajo que hicieron, en los últimos cuatro años (aunque es el segundo período), Marcelo Loffreda –el head coach-, su asistente y amigo Daniel Baetti y su grupo de trabajo que incluye médicos, fisios y personal capacitado para estudiar y scautear (este es un término basquetbolero que tiene que ver con analizar el comportamiento y el funcionamiento en el campo de los futuros adversarios).
Ha sido un trabajo integral con una estructura deficitaria, aún hoy manejad
a por personalidades que entienden al rugby argentino en su sentido originario, valorando el amateurismo por encima de las realidades de los tiempos actuales.
Es la dirigencia de la Unión Argentina de Rugby la que no quiere entender que Los Pumas, por derecho propio, se hicieron grandes y trascendieron las fronteras de ese amateurismo que hoy es una página amarilla de un libro vetusto. Los dinosaurios cajetillas de este deporte fuman habanos cubanos, toman whisky escocés, hacen alardes de sus millones y se suben al carro triunfalista como si ellos hubiesen sido parte de esta historia.

Hoy el rugby es el tercer deporte detrás del fútbol y el básquetbol, con mayor cantidad de jugadores federados en sus categorías formativas. Y no hay que temerle al ocaso deportivo con la selección de Agustín Pichot, Gonzalo Longo, Mario Ledesma, Rodrigo Roncero, pues ellos se encargaron de dejar un legado in situ que ya atraparon -y del que ya se adueñaron- Felipe Contepomi, Juan Martín Hernández, Patricio Albacete, Gonzalo Tiesi, Lucas Borges, Ignacio Corleto y Juan Fernández Lobbe por nombrar a un puñado de ellos.
Pero esto es lo bueno que los deportes de conjunto suelen dar cuando las mejores cosechas funcionan como tallos reproductores de una viña que, sin dudas, pronto será aún más rica. Ocurre lo mismo en el básquet, el tenis o el voleibol.
Los Pumas hoy están en la cúspide. En el mejor momento de su historia. Y sí, son los mejores Pumas de la historia aunque de las proezas ante Springboks, All Blacks o Wallabies, sólo haya leído en revistas o internet.
A través del tiempo he podido entender –o al menos trato de esforzarme a diario para seguir comprendiendo- de qué se trata el deporte. Y arribé a varias conclusiones, después de analizar por unos cinco años partidos domésticos en vivo, además de los que se juegan semanalmente en la URBA y los test matches de nivel mundial que llegan por TV por cable. Me di cuenta de que, además de un orden en sus delanteros (los tipos más grandotes que tiene un equipo de rugby, ese fantástico grupo de los ocho que se juntan como amigos para empujar cuando se agrupan en los scrums o en los mauls) y de la capacidad de sus tres cuartos (los que mueven la pelota y en teoría hacen el trabajo más “simple”), Argentina tiene otro condimento que le ha valido el respeto. Este grupo siente que hay una manera de defender a la patria en una batalla y es hipotecando sus piernas y su cabeza a cada momento; es la expresión máxima de patriotismo deportivo a cualquier precio. Y es lo que me ha gustado.
Quizá por eso los tipos han logrado entrar en muchas casas en donde se veía Crónica TV o Discovery Channel, y no ESPN. Hoy todos saben que Los Pumas están haciendo algo fuera de casa y lo están haciendo demasiado bien.
Lo que también me atrapa de esto es que, como decía James Guillenwater (un intelectual que cayó en Santa Rosa para practicar el deporte) "el rugby es como una tragedia griega, pero sin desdichas".
Por eso Los Pumas se fueron aplaudidos por los impúdicos jugadores irlandeses y después tuvieron que soportar, con la mandíbula por los botines, la felicidad argentina como una espina en el zapato.
Al margen de ello, me sorprende la madurez de este grupo. Y rescato las palabras sinceras, medidas y honestas, de Agustín Pichot, tal vez el mejor medio scrum argentino de la historia: “Nosotros no podemos ir al Mundial para ver qué pasa. Tenemos que ir a ganar todos los partidos. ¿Podemos? sí, claro que podemos”.
No fue una expresión demagógica, por el contrario, fue un pensamiento que habla -necesariamente- de cómo debe mentalizarse hoy un jugador en el concierto mundial para conseguir resultados. En el fondo Pichot sabe que hablar desde el engreimiento sería pecar al segundo de haberse confesado.
Son profesionales por derecho propio, es cierto, pero son profesionales distintos del resto. Juegan en las mejores competencias del mundo (Francia, Inglaterra, Irlanda), ganan el dinero que en nuestro país no podrían, pero defienden una bandera como pocas veces he visto. Tal vez el equipo de básquetbol que perdió la final del mundial de Indianápolis con Yugoslavia, en 2002, me haya causado una impresión similar, por encima del que ganó la medalla de oro en Atenas.
Aplaudo muy desde lejos esto. Soy uno más de los cuarenta millones de corazones nacidos en esta tierra tan herida -pero a su vez tan fabulosa- que pretende más de este equipo. Que lo imagina lejos, como debe imaginarlo cada uno de los que sale a la cancha a cumplir con la misión. Pero no puedo ser tonto. Es que si Escocia hace más puntos que Argentina el domingo, no habrá que hacer aserrín con la madera desparramada por el piso porque este grupo no lo merece. Estaríamos leyendo la misma novela fomentando
la mediocridad y el facilismo argentino de la libre opinión gratuita, una maldita costumbre que nos rodea por creernos el ombligo del mundo.

JMS

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