Días atrás miraba en ESPN la entrega de los premios ESPY, una especie de Oscar al deporte pero con la participación del público en la elección de los mejores.
Una fiesta bien paqueta en Los Angeles, en reconocimiento a los más destacados deportistas del planeta, con un fuerte predominio a los millonarios jugadores de basquet, football, hockey, baseball y golf, norteamericanos.
En esa fiesta hubo un punto alto de emotividad. De esas cuestiones que suelen conmover. Fue cuando se entregó el premio a la valentía "Arthur Ashe", el primer jugador de color en ganar un torneo grande de tenis (US Open, 1968). Ashe luchó por los derechos de los deportistas afroamericanos tratados, literalmente, como mierda.
Ashe luchó también en su vida contra las políticas del apartheid en Sudáfrica, mucho antes incluso de que la práctica se volviera moda. No obstante no le gustaba ser un símbolo y nunca quiso convertirse en un vocero de los negros radicales.
En su honor, los ESPY reconocieron a dos medallistas olímpicos negros en México 68 llamados Tommie Smith y John Carlos. Smith y Carlos pasaron a la historia con los puños enguantados en un podio al que fueron con medias negras. Para ello, y ahora que estamos en vísperas de los Olímpicos de Beijing, tomé prestada una editorial publicada por Clarín, por el periodista Ariel Scher.
Era lo que se sentía: México quemaba. No por las densidades del clima ni tampoco por las vibraciones intensas del deporte. No era calor, sino fuego lo que gobernaba el México de octubre de 1968, con la ciudad capital convertida en sede de los Juegos Olímpicos y una sucesión de récords sacudiendo la estadística. Dos puños en alto, dos puños negros enguantados en más negro, alcanzaban para hacer arder de pasión y de furia, de reclamo y de asombro, a todo lo que había alrededor. Tommie Smith y John Carlos, los dueños de esos puños hechos bandera, acababan de salir primero y tercero en la final de los 200 metros. Y subieron al podio para buscar más que medallas. Lo consiguieron: nadie pudo parar de mirarlos.
Smith y Carlos construyeron un gesto que dio la vuelta al mundo y que se instaló con forma de afiche en la historia social del siglo veinte. Sus puños alzados representaban el símbolo del "Black power" (Poder negro), el movimiento en el que se resumían las protestas y las aspiraciones de la comunidad negra en los Estados Unidos. Era un tiempo de convulsiones: Martin Luther King, el líder más notorio de esa comunidad, había sido asesinado en abril del 1968. Era un tiempo de fervores: sueños de cambio brotaban desde todas partes y la realidad era, en esencia, algo que podía ser transformado.
Tommie Smith, un estudiante de sociología de la Universidad de San José, tenía entonces 24 años y había jugado al fútbol americano y al basquetbol casi con la misma destreza con que corría. Su talento deportivo no le hizo tomar distancia de otras cuestiones y participó de los debates de los deportistas negros sobre el rol que les correspondía en las luchas reivindicatorias. Y si celebró su éxito dándole forma a una inolvidable protesta fue por dos razones: la primera, la más evidente, es que sentía en el alma la necesidad de manifestar su identidad y su bronca; la segunda, acaso menos notoria, es que detrás de esa protesta había todo un proceso político.
De frente a los Juegos de México, el racismo estaba en el centro de la escena. El Comité Olímpico Internacional (COI) se había destapado los oídos ante las demandas de diversos organismos y personas, y dejó fuera de competición a Sudáfrica y a Rhodesia, como sanción por el segregacionismo imperante en ambos países. Pero los atletas negros de los Estados Unidos querían más. Buscaban respuestas para los problemas específicos de su país. Los Juegos Olímpicos, un verdadero espacio político, resultaban toda una oportunidad.
En el año anterior a México, muchos deportistas discutieron sobre la conveniencia de participar o de boicotear la cita olímpica. "Si yo gano, soy un americano, no un americano negro. Pero si lo hago mal, entonces me llaman 'negro'", fue la consigna de cabecera que enmarcó los análisis. Finalmente la mayoría decidió ir. Y no con una actitud prescindente: el día en que arribaron a la Villa Olímpica, John Carlos y el saltador Ralph Boston exhibieron un cartel con la inscripción "Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos".
Con esa historia detrás, el 17 de octubre vino la final de los 200 metros, la victoria de Smith, y la demostración del podio.
John Carlos afirmó: "Cuando Tommie Smith y yo alzamos nuestros brazos con las manos enguantadas y cerramos de a poco el puño, quisimos marcar que los negros nos dividimos mucho tiempo, pero ahora estamos completamente unidos".
Para el Comité Olímpico de los Estados Unidos fue demasiado: resolvió expulsar a Smith y a Carlos de la Villa Olímpica. La decisión suscitó indignaciones. Desde una ventana, un sábana blanca cobijó una leyenda que sintetizaba la mirada dominante de los atletas. Decía "Abajo Brundage". Avery Brundage, un millonario estadounidense, era el presidente del COI.
De todas las polémicas que despertó el castigo a los atletas, una es más que llamativa. En 1936, el COI no tomó ninguna medida contra los deportistas alemanes que durante los Juegos de Berlín desfilaban haciendo el saludo nazi. En ese entonces, se adujo que nadie era reprendido porque "no había que mezclar la política con el deporte". Curiosamente, a Smith y a Carlos los sancionaron por esa misma razón. Claro que mientras el saludo nazi implicaba congraciarse con el poder de turno, el gesto del Poder Negro significaba un desafío a los que mandan.
Después vinieron los ecos inmensos. Y una frase sonó más que todas: "La dignidad de los negros vale más que lograr una medalla de oro para los Estados Unidos". Hablaba Tommie Smith, deportista, convencido, campeón, un hombre que había ganado la carrera que más le importaba.
jueves, julio 24, 2008
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1 comentario:
Me gustan tanto el deporte como la política y por ello, tu artículo me ha resultado interesante por hablar y relacionar ambas cosas.
Sin duda, es sorprendente cómo el deporte en general, y los JJOO en particular, pueden suponer una reivindicación de derechos y de igualdades raciales, sexuales, etc.
Una de las anécdotas más míticas de los JJOO fue el enfado que le causó a Hitler ver ganar a un negro (Jessie Owens creo) la prueba de los 100m. lisos en los JJOO de Berlín 1936.
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