martes, abril 17, 2007

El diario diario

Mundo fantástico real (Parte IV)

Holanda. Lo dijo el Chango Rodríguez: “De nuevo estoy de vuelta/después de larga ausencia/igual que la calandria/que asota el vendaval”... Si extrañaban esta sección, hay cada vez más y más historias para contar del mundo fantástico real.

Con Fackiu, un ex tensita talentoso devenido en mediocampista de fútbol en el torneo de profesionales del medio, dialogábamos días atrás de la atmósfera que respirábamos a diario, de ese escenario tan bello que es la redacción en el centro de la ciudad, compuesto y nutrido de especimenes ideales para contar historias y vestir sitios como este. ¿Quién de todos nuestros compañeros de ruta puede encasillarse como ser humano respetable o, al menos como ser humano normal?... Ummm.... “Sí, tal vez Carlos Martín sea uno de ellos, pero todos tenemos algo” dijimos. Pues entonces iré desmenuzando -a mi modesto modo de ver las cosas- qué es lo que cada uno de nosotros llevamos dentro en esta hermosa profesión que hace nuestra vida un poco más divertida.
Es que, francamente, sólo hay que ver para creer; hay que sentir para contar y hay que oler, para opinar. Como aficionado gourmet que me considero (sin falsas modestias y con el máximo de los respetos a los verdaderos gurús del arte culinario) soy capaz de captar el gran abanico de olores que nos depara el ambiente en el que vivimos la mayor parte de nuestras vidas, miserables o no.Y cada uno de esos olores son propiedades exclusivas de los habitantes del espacio terrenal que frecuentamos. Así es posible determinar casi con exactitud quién es el mal nacido que defeca en tandas (sí, casos únicos si los hay) cada vez que sus genitales cuelgan en esa redondez de cerámica blanca.
Me confesó abiertamente cuál era el propósito de dicha práctica. Y utilizaré sus propias palabras para poner en situación al lector y acercarlo a la realidad. “Yo soy capaz de cagar media hora. Y tardo mucho porque cada torta mía es muy grande. Cuando largo la primera, tiro la cadena para que no se junte con la otra y para que la mierda no se impregne en la ropa. Ese es un olor insoportable que no se va con nada, entonces esa es una manera de evitar que te pase”.
Nos preguntamos, porque irremediablemente el tema lo amerita, si el muchacho tiene el tiempo y espacio suficientes para poner en práctica ese ejercicio en su casa. De acuerdo a los cálculos matemáticos, imaginamos que un ser humano normal (normal he puesto) desecha entre kilo y kilo doscientos a diario de su materia olorosa. Y, nutriéndonos de su testimonio (“yo cago como dos kilos cada vez que voy al baño), arribamos a una conclusión: aprovecha el escenario ajeno para hacer lo que en casa le está terminantemente prohibido. El personaje en cuestión –no a quien me dirigiré en esta narración- es Gargamel, un comodín maleducado capaz de limpiar los pisos y baños, atender los reclamos de la gente, darles la bienvenida al edificio a los ocasionales artistas, deportistas, dirigentes políticos y personalidades buscafama en las hojas de un diario, hasta tripular el auto del medio para acercar a los periodistas al lugar de los episodios cuando la situación lo requiere. Ha hecho muy buenas migas con Ramón Muñoz, el hombre al que me tomaré el atrevimiento de describir.

Ramón es fotógrafo. Un muy buen fotógrafo con media centena de años vividas. Cuyano por naturaleza, transitó los mejores burdeles de Buenos Aires en su juventud, cuando el hippismo parecía conquistar el mundo.
Escondido detrás de una barba y el cabello hasta la cintura (un target claramente socialista) se hizo camino al andar. Fabricó zapatos con paraguayos, fue asistente de sonido de Valeria Lynch, trabajó en un frigorífico y llegó a La Pampa como empleado de la construcción. Estudió en la universidad del paso a paso, donde no hay profesores licenciados y sí maestros. Menos de ginecología (aunque tiene un ojo clínico para diferenciar las dimensiones del órgano genital femenino y los recorridos necesarios para cubrirlos), Muñoz entiende de todos y cada uno de los oficios. Para cada problema tiene una solución –práctica o no- a mano. Y también estudió fotografía, el oficio que más y mejor le cabe. Por esas cosas del destino, la vida lo metió en el veraz, ese aparato reproductor de mala vida. Pero si algo envidiable tiene Muñoz es que nada de las cuestiones institucionales parece importarle.
“Si me siguen rompiendo las bolas, voy a mandar CD”, repite. La C representa la inicial de Carta y la D de Documento. Es una frase que nunca se ha transportado por el camino de la realidad, al menos por ahora.
Muñoz es un personaje que ha logrado, en su breve estada entre nosotros, un reconocimiento por su ocurrencia, su buen humor y su gran capacidad de captar imágenes que luego poblarán páginas blanco y negro y color de las ediciones de papel. El hombre es tan cómico que es capaz de arrancar una sonrisa con sólo nombrarlo o tipiarlo en un teclado. Está cargado de historias de vida. Como buen cuyano que es, entiende de vinos y viñedos. Y sueña con tener su finca propia. Pero claro, no hace nada para llamar a la mala suerte y ella se empeña en golpearle la puerta cada vez que puede.
Poco tiempo atrás, en este año 2.007, estuvo a un pestañeo de cerrar el negocio de su vida, para adquirir una hectárea y sembrar las futuras viñas, en la prolífica zona de La Gloria. A punto de cerrar el acuerdo en $ 1.000 para adquirir la tierra y en el mismo instante de poner su firma en el boleto de compra venta, Muñoz recibió otro cachetazo. Uno de los hijos del propietario de la tierra, le dijo de qué manera iba a abonar los “10.000 pesos acordados”. Muñoz creyó que tenía auriculares y le exigió al vástago que reiterara su pregunta.
“El precio de la hectárea es de $ 10.000 pesos, ¿Cómo lo vas a pagar?”. A Muñoz se le cerró el telón y la heladera y el piano le cayó en la cabeza. Había recibido, por un mal entendido (otro más) un nuevo cachetazo a la ilusión. Pero jamás baja sus brazos.

Emprendedor como pocos, aprendió el oficio de sacarle el jugo a sus trabajos portando una cámara de fotos tradicional o digital. Así, acordó un vínculo para proveer a la Municipalidad de Santa Rosa de imágenes en su tiempo fuera de las responsabilidades laborales de la empresa a la que representa. Vive como puede y se empeña en encontrar una cuna para que sus billetes se reproduzcan.
Sus eructos son Made in Muñoz y resuenan como coro de demonios (no de ángeles) cada vez que los suelta. Es, además, una máquina de contar historias verídicas.

Tuvo y adiestró en su casa, a una nutria a la que adoptó como mascota. El pequeño animal se había convertido en la alegría del hogar hasta que fue raptado por los malvivientes de sus vecinos.
Después de un trabajo de inteligencia arduo, arribó a un dato: su nutria fue robada y el autor fue el dueño de un pequeño fox terrier que milagrosamente salvó su vida cuando Muñoz lo atacó ferozmente con su 4x4.

Luego adquirió otro pequeño animal de raza. Esta vez, un hermoso perro digno de ser acariciado y fotografiado. Muñoz, nuevamente, sintió que el azar pasaba lejos de su casa cuando manos ajenas se lo apropiaron. Removió cielo y tierra, acercó sus contactos como fotógrafo de un medio periodístico a la policía para que se inicie un expediente y se investigue a los vecinos. Finalmente, dio con su mascota, a la que hoy disfruta.
En un vecindario en donde todos acuerdan compartir el canal de cable y reducir el consumo de energía con martingalas que aún funcionan, Ramón parece haber sacado chapa de “respetable ciudadano”. Y el “respetable” obedece a su condición de “hombre guapo dispuesto a pagar con la misma moneda” cada vez que se sienta herido.
Muñoz es, cuando quiere, un hombre responsable. Cumple su media jornada especial (porque en el medio al que pertenecemos todo parece ser especial) con equilibrio; no suele poner escollos ni excusas si tiene que cumplir funciones en ausencia de sus compañeros de sección y siempre está dispuesto al compañerismo en las decisiones de los trabajadores en contra de la patronal.
Se jacta de ser un buen cocinero (lo que he podido comprobar, hasta ahora, es que sólo es un buen asador) y su pico se endulza cuando besa un par de vasos de vino. En ocasiones suele “irse al carajo” cuando de esfumarse se trata. Si alguien quiere dar con él, preferiblemente deberá hacerlo telefónica o personalmente, pues posee al menos diez correos electrónicos. El problema es que ni el mismo Muñoz recuerda en qué servidores obtuvo sus cuentas.
Reniega cada mes por su salario (“me volvieron a cagar”) y pide a gritos ser un empleado a jornada completa siempre y cuando no se encuentre con el cofre de oro con el que aún sueña. Como si fuera un pirata del Caribe, pero en la llanura. Porque, está escrito, la vida de Ramón Muñoz sigue siendo un sueño con demasiadas pesadillas.
Hasta un nuevo envío!


Johnny

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